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Un territorio libre, vegetal, viviente. 250 metros cuadrados. Manifestación de un tiempo, de una fase, de un ciclo, de una maduración. Saberse parte de un sistema abarcante y complejo, evolutivo en espiral. Pareciera que cada año retornamos a la misma primavera, pero no es así, cada primavera va siendo distinta, singular; única. El cambio puede ser imperceptible pero también abrupto. Pienso en el lento transcurrir de las eras glaciales o en la repentina colisión con un meteorito de dimensiones colosales.

En este jardín, el desarrollo es leve, y a la vez, potente. Basado en la paciencia; en el trance generativo. En lo que el poeta norteamericano, Ezra Pound llamó, en sus Cantares, “Semina motuum”, energía seminal, tanto de plantas como de seres humanos.

Cada brote de yerba, el mismo rango que una nebulosa, cada gota de agua el mismo que un planeta.

​La savia fluye en aparente silencio.

​Porque todo habla debemos escuchar.  

La nuestra, es una cultura del estruendo.

Este jardín cabe en mis manos. No pretende la expansión.

Me alegra recorrer su perímetro breve.

​De cada grieta asoma un tallo o una flor inesperada. Atenidos únicamente a la lluvia y al fango, al transcurrir de las estaciones, al calor del sol y a las mañanas escarchadas; a la voracidad del insecto y a las semillas viajeras.

Miro hacia el sur. Apenas una brisa. Cruzan junto a mi dos amantes, tres jardineros, cuatro ciclistas, cinco paseantes.

​Este jardín cabe en mis manos.

​Me recuesto. Junto a mi, un grillo, más allá una libélula, después, una espina.

Prospera el “Amor seco”, la “Malva”, el”Manto de la virgen”, la “Lengua de vaca”, el “Quintonil”, el “Trébol amargo”, el “Coquillo amarillo”.

Ya regresan los cinco paseantes, los cuatro ciclistas, los tres jardineros, menos los amantes.

 

 

 

 

LUIS PALACIOS KAIM

Septiembre  2022

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